Los
casamientos son raros.
A la
mayoría de los invitados no les interesa ir a la Iglesia.
Corrijo,
al 99% de los hombres no le interesa, al 50% de las mujeres tampoco y al otro
50% les interesa ir para criticar el vestido de la novia.
La
verdad que a mí no me molesta ir a la Iglesia, de hecho tengo que reconocer que
me emociona ver entrar a la novia.
Es
ese costado gay que me acompaña a todos lados, por suerte.
No
soy muy metafísico pero en esos momentos me pasa algo raro.
Por
cosas de la vida, a la mayoría de
los casamientos que me ha tocado ir, fui solo.
Tengo
que reconocer que cuando los casamientos pasan a la etapa dos (la fiesta) me
hacen sentir muy mal.
Ha
sido en el único lugar donde me siento inmaduro y excluido.
Tan
mal me siento que la mayoría de las veces, me he ido en el medio de la noche y
sin saludar.
Lo
primero que me surge decir es que a un casamiento hay que ir en pareja.
¿Por
qué?
Si
vas solo las novias de tus amigos te miran con lástima como diciendo “ hay
pobre, no engancha nada este pibe” .
La
que se casa está toda la noche tratando de engancharte con una amiga, para ver
si de una vez por todas, dejas de ser el Dandy o el muerto que no se levanta ni
a la mañana.
Pero
todos sabemos que en el fondo, lo hace para que el marido no tenga ni un sólo
amigo soltero.
Lo
más gracioso de esto es que al ser conocido de la novia, esas amigas te dan
bola, como si vos no fueras el que sos.
Haces
que la mesa en vez de tener 10 platos como todas las demás tenga 11.
Por
otro lado están las parejas invitadas.
Esa
noche la toman como la Noche de la Nostalgia.
Se
aman como hace mucho tiempo no lo hacían, bailan, se llevan mejor que nunca y
aprovechan para pasarla muy bien, así luego no hay reclamos del estilo “nunca
vamos a ningún lado”.
Y
ahí estas vos, muerto, perdedor, mirándote de corbata, esa corbata que nunca te
pondrías en otra ocasión.
No
debe haber algo más pero más ridículo que bailar de zapatos y corbata.
Se
los juro, bajar la cabeza y verme bailando con ese uniforme, me dan ganas de
vomitar.
Continúa
la noche, llega el momento de la torta, todos están re pero re emocionados y
mientras tanto vos pensás: “todo esto para que dentro de unos años se divorcien
y ella no le deje ver a los hijos”.
Entonces
en el medio del champagne
y la isla flotante, te escapas para acodarte al mismo mostrador de siempre para
tomar la última antes de irte a dormir.
En
ese momento decís tu frase de cabecera “la pucha que vale la pena estar
soltero”